La verdad es que siempre fui una persona muy estructurada, muy atenta. Para ser honesto, soy extremadamente metódico, ordenado. Odio profundamente los desequilibrios, detesto vivir inmerso en el caos. Por esta razón, no hay nada dentro de mi universo que no sea controlado por mí. Nada se me escapa, estoy al tanto de todo, me hago cargo de todo. Pero lo que me sucedió hace un tiempo, sacudió mi mundo.
Creo que todo comenzó hace un par de semanas. Empecé horas extras en el trabajo. No por necesidad, sino por una cuestión de mérito. Teniendo en cuenta que mi casa se encuentra a unos cuarenta minutos de mi trabajo, podemos deducir que el tiempo que paso en ella disminuyo bastante, y esta debe ser, una de las causas para semejante cuestión.
Supongo que otra de las causas fue que mi personalidad extremadamente controladora empezó a agotarse. Demasiadas actividades, muy pocas horas de sueño. Asumo que esto hizo que me empezara a desconectar de un par de cuestiones domésticas, y me ocupara íntegramente de mi trabajo.
Y así sucedió que me levantaba muy temprano, me duchaba, comía algo y me iba a trabajar. Volvía de noche, con las exclusivas ganas de dormir, y eso era lo que hacia. Todo pareció estar medianamente acomodado dentro de este contexto de desorden. Pero en realidad, no lo estaba.
Me acuerdo perfectamente del día que comencé a notar que las cosas estaban algo distintas. Salí de darme una ducha, y abrí la heladera planeando comer una de las manzanas que había comprado la noche anterior, a la vuelta de mi trabajo. Al hacerlo, me percate de que la bolsa que las contenía ya estaba abierta. Dude de la razón de esto, yo no había comido ninguna. Pero bueno, “mi cabeza no esta para estas cuestiones” pensé, y seguí con mi día.
Un par de situaciones más se dieron con el tema de la heladera. La abría y me daba cuenta de que las cosas no estaban en su lugar (si, como dije, soy ordenado hasta la repulsión), o que faltaba comida que yo creía tener. Y al encontrarme en estas realidades, lo único que podía hacer era pensar en cuan cambiada estaba mi vida para que mi mente no estuviera operando como de costumbre.
Un día comprendí todo este asunto. Al salir hacia mi trabajo me di cuenta que me faltaba mi celular, por lo que volví a buscarlo, estaba a unas pocas cuadras. Al llegar a mi puerta, me encontré con una vecina del piso, y la salude, mientras introducía la llave en la cerradura. Bastó con que girara el picaporte. No llegue a entrar que un ruido infernal se desató dentro de mi departamento. En ese momento no pensé en los riesgos, o en quien podría ser, en si seria peligroso o que, solo entre, lo mas rápido que pude.
Y la vi. Una mujer de rasgos occidentales, extremadamente flaca, tirada en el piso de mi living, mi sillón dado vuelta, los almohadones por el piso, claramente había tropezado. La miré por dos segundos, y la comencé a interrogar a los gritos. Ella me miraba con una mezcla de dolor y confusión, pero no me contestaba. Después de un par de preguntas dejé de gritar, era completamente en vano, ella no respondía. Me quede ahí parado, mirándola, con la puerta todavía abierta. Cuando ella consideró que yo ya no estaba tan asustado o molesto, aunque en verdad lo estuviera, se levantó del piso, y se acercó. No me moví, no sé porque, no la creí peligrosa.
Me preguntó si hablaba ingles, y cuando asentí, me explicó en muy pobres palabras que ella había estado viviendo en mi casa durante meses. Yo no lo podía creer, le pedí que me explicara como había hecho, donde se había metido. Me señaló el pasillo. En este hay una especie de armario, donde guardo objetos viejos y de una utilidad cuestionable. Ahí había estado viviendo una mujer, sin haberla traído ni deseado, ella había irrumpido en mi cómoda y ordenada rutina. Había violado mi espacio y mi estabilidad. Al principio no nos entendimos, yo estaba demasiado desesperado por saber, y ella demasiado asustada por las consecuencias que mi hallazgo podía traer.Le pedí un minuto y llamé a mi trabajo para excusarme por alguna enfermedad.
Me tomé el día para entenderla, para escuchar a esa mujer que a duras penas podía hablarme, pero que ya conocía casi todo de mi. Me llevó tiempo entender los retorcidos motivos por los que había abandonado su hogar. Su historia me despertó una clase de empatía. La comprendí, su pasado me dolió tanto como a ella, y ahora, ¿Qué podía yo hacer?
Después de eso, de la historia del armario, era imposible sacarla de mi vida.
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