Brisa de amor.

Primavera, época en la que todo resurge, las plantas, el color, el calor , donde por fin la gente se desase de todos esos kilos de abrigos, bufandas, guantes, entre tantos otros mas. Por último no podía faltar a esta lista amor.
¿Será que la gente se desinhibe con la primavera? ¿Se anima a mas?, ¿hace cosas fuera de lo usal ?....
Esto me hizo acordar a la historia de un joven ruso, el cual al enterarse de una terrible noticia decide tomar las riendas del asunto y hacer lo posible para cumplir su cometido.

En la ciudad rusa de Kazan, vivía Vladimir Kirov, un joven muy serio, introvertido, solitario, hasta inclusive gruñón. Este era dueño de un apartamento del centro de la ciudad, en el cual convivía con sus queridos y tranquilos peses tropicales traídos desde las profundas aguas marítimas Australiana.
Éste formaba parte de una gran y simpática familia, muy tradicional, la cual sábado tras sábado realizaban reuniones familiares donde la comida era la Vedette de aquel encuentro, aunque Viktor, ya hacia mucho tiempo que no se hacia presente en aquellas reuniones. Tampoco tenía muchos amigos, y su vida social concluía cada viernes a la sobra de una botella de vodka a las ocho de la noche, en el bar de la esquina luego de una dura jornada laboral.
Pero esta vida solitaria y rutinaria no fue desde siempre. Hubo en su vida un gran amor, una joven que dejó marcado su corazón. Ella se llamaba Vera Lébedev, proveniente de una familia muy pudiente de la capital Rusa. Estos se conocieron siendo muy pequeños, en un cóctel, en donde sus familiares comenzaron una gran amistad.
Sus familias siguieron manteniendo un vínculo afectuosos, compartiendo viajes juntos, fechas importantes, (cumpleaños, navidades, entre otras.), pero con la ausencia de Vera, ya que a sus 9 años fue enviada a los EE.UU. para que lleve a cabo sus estudios en uno de los colegios mas prestigiosos de América.

Pasaron años y Vladimir no volvió a ver a su amiga. Hasta que luego de 9 años, en un aniversario del matrimonio Lébedev, tras una fiesta inolvidable, como todo evento ofrecido por esta familia, se produjo el encuentro, en el cual ambos con 18 años quedaron total y completamente enamorados.
De ahí en más comenzó el amor, que no fue fugaz, ya que salieron durante 6 años, los 6 años más dichosos de la vida de ambos, en especial de Vladimir.
Pero este amor nunca terminó, si bien se separaron por un hecho desafortunado, el la siguió amando día a día, y no hubo noche en la que no pensara en ella. Sin lugar a duda, la ruptura fue el desencadenante de su vida triste y solitaria.
En una soleada mañana de sábado, Vladimir decidió sorprender a su familia con su presencia, pero este nunca hubiera pensado lo que significaría esa visita insignificante.
Al llegar a la casa, se sorprendió, por la ausencia de ruidos y movimientos. Entró a la casa y con lo único que se encontró fue con una invitación blanca con detalles en dorados, que a simple vista se trataba de una tarjeta de bodas. El joven tomó la invitación e inspeccionó su casa de arriba a abajo, y no encontró a nadie. Este cansado por tanto subir y bajar las escaleras, decidió tomarse un descanso en el último escalón de la misma, y así pudo abrir la invitación para saber de que se trataba. Él nunca creyó lo que estaba leyendo, esa tarjeta era ni más ni menos que la invitación a la boda de Vera, el amor de su vida.
Le tomó unos minutos caer y creer lo que decía aquel papel, hasta que una ola de viento sur que entró por la ventana hizo que sus ideas se reacomodaran lo cual lo impulsó a poner fin a esta situación, a esta vida insulsa e infeliz, ese era el momento justo para jugarse por su gran amor, e impedir aquel casamiento.

Salió lo mas rápido que pudo, buscando algún medio para poder llegar a tiempo a la Iglesia catedral de Kazan, situada en el centro de la ciudad, pero le fue imposible encontrar algo en aquel, barrio. Este no se dio por vencido, busco su vieja bicicleta, que por cierto le quedaba muy pequeña, se montó en ella y pedaleo desenfrenadamente hasta llegar al centro. Pero como era de esperar, la vieja bicicleta no aguanto lo suficiente. Todavía le quedaban algunos kilómetros para llegar, hasta que el joven en su desesperación vio que el chofer de un micro interurbano descendió de el por algún motivo, que este no detuvo en pensar. Vladimir cauteloso, se desplazó hacia el micro, se subió en el, y al ver que no habían pasajeros, se escabullo en la cabina del conductor, dio marcha y arranco a toda velocidad sin importar los bocinasos y los semáforos, hasta que por fin pudo llegar a su destino.


La novia, estaba de blanco radiante, pero su cara transmitía un leve dejo de inseguridad y tristeza. Él por un instante titubeó, pero al oír el sonar de las campanas, tomo las fuerzas necesarias y fue a encarar a la novia .Al encontrarse, hubo un chispazo de sentimientos encontrados, el llevaba una cara de susto impresionante, mezclada con una ansiedad, por no saber que iba a suceder. En cambio, la cara de ella cambió rotundamente, la felicidad la abundó sorprendentemente. Pasaron unos minutos que para ellos fueron eternos, sus miradas se cruzaban de manera nunca antes vista. Hasta que dos palabras salieron de la boca de el: "Te amo"...
Esto produjo la caída en cámara lenta del arreglo floral que llevaba en sus manos. Ambos temblorosos, se dieron cuenta que el amor que había entre ellos nunca había terminado, estaba latente no solo en el corazón de Vladimir, sino también en el de ella. Hubo nuevamente una ráfaga de viento sur, que motivo e impulsó a la joven a los brazos de su amor.
La boda se estaba retrasando, algunos de los invitados mas curiosos, entre ellos los familiares de Vladimir, se asomaron con sus lujosas vestimentas y con sus finas capelinas para ver que sucedía. Al ver esa situación, los invitados reflejaban un gran desconcierto en sus caras, menos en los rostros de los Kirov, quienes sorprendidos, alentaban a su hijo.
Antes de seguir provocando un escándalo, unos de los primos de la novia, quien conocía bien a Vladimir y siempre había apoyado a esa pareja, los guío hacia un auto en el cual huyeron hasta alejarse lo mas posible del lugar, sin importar nadie mas que ellos dos, quienes no dejaban de mirarse ni por un minuto.
La brisa entrante por las ventanillas bajas, sacudía sus cabellos de manera incontrolable. Lo único estático y fijo en aquel momento era sus miradas, donde el amor que se transmitían era único.
En el mismo instante que cruzaron sus miradas en aquellos escalones de la iglesia, ellos supieron que nunca mas se separarían, y que la fuerza de su amor era inigualable.

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