Sabía de la entrevista que tenía que hacer desde antes de que empezaran las vacaciones adelantadas por la gripe, pero mi mayor defecto es esperar inconscientemente al drama de hacer todo a último momento, siempre.
Se me había reventado la ilusión de hacerles la entrevista a los que practican Parkour en Rosario; ya había juntado los videos locales e internacionales y me había leído todos los artículos de la página. ¿Qué podía hacer? Me faltaban menos de una semana para entregar y no tenía una mínima idea de a quién podía entrevistar en tiempo récord, encima con la gripe, se habían cerrado casi todos los lugares de concurrencia pública. Esperando a mi musa inspiradora, de cabellera rubia y de manos lánguidas y amarillentas por el cigarrillo para que mágicamente, me diese una idea de un millón de dólares; me situé en mi computadora (como casi todos los días) para relajarme escuchando música. Fue así como llegué no sé por qué a Silvio Rodriguez y su Óleo de una mujer con sombrero, y con él, llega a mi mente el recuerdo de dos jóvenes trovadores que había escuchado una vez en un bar de las calles de Pichincha llamados Bivarietal; recordé que tocaban todos los jueves allí, así que decidí aventurarme a proponerles la entrevista.
Así fue que ese mismo jueves, después de disfrutar de las luces tenues, la suavidad de la música y unas buenas empanadas, me acerqué al escenario y con muchísima timidez me presenté y les comenté sobre la existencia de la posibilidad de pactar una entrevista; con mucha amabilidad aceptaron e intercambiamos mails para concretar una fecha. Esa noche descansé como nunca, por la tranquilidad que me daba el saber que mi trabajo no estaba perdido. Inmediatamente al otro día les envío un mail preguntándoles sobre el día en que podíamos llegar a fijar el encuentro y afortunadamente, horas más tarde contaba con la respuesta: dentro dos días, en la casa de uno de los chicos. El plazo estaba bárbaro, el problema fue que, además de no tener idea de qué preguntar, contaba con varios compromisos durante esos días que me lo acotaban aún más. Para no desperdiciar tiempo, rápidamente me embarqué en la búsqueda por Internet sobre ellos, tuve suerte de pescar por lo menos varias páginas, entre ellas, Facebook, que me solucionaron el problema del back-up.
Sin darme cuenta, me encontraba a minutos de la entrevista, a metros del lugar de encuentro y ¡Sin ninguna pregunta! Antes de cruzar la línea que separa la cordura de la locura, respiré profundo, abrí mi pequeño cuaderno de notas y me puse a pensar, qué es lo que a mis lectores ficticios les gustaría saber sobre ellos; eran “raros”, en el sentido de que hacen música que muchos no saben que existe, así que me aboqué a hacer una especie de radiografía del dúo. Delineé con mucha dificultad por el movimiento del colectivo, unas diez preguntas (sin dejar de lado a mis salvadoras W), pero no estaba segura de hacer un buen papel como entrevistadora, era la primera vez que me tocaba hacer una después de mucho tiempo de estar sin práctica. Los nervios se empezaron a sentir más y más fuertes y se apoderaron de mí; sentí un cosquilleo en el estómago, como el vértigo que uno siente cuando se sube a una montaña rusa, levanté la vista y me percaté que me estaba por pasar de la cuadra en que tenía que bajar. Atolondradamente, guardé de forma rápida todo en mi bolso, caminé ligeramente hacia el fondo del colectivo, me bajé en el centro de la ciudad y me había pasado dos cuadras. A pesar de ello, me sentía aliviada de haberme bajado casi bien, no quería tener otra desgraciada catástrofe como la de descender del bus en la salida de Rosario, cuando tenía poca experiencia en el transporte público. Revisé el reloj de mi teléfono celular y, como siempre, estaba perfectamente a tiempo (soy amante de la puntualidad), caminé hasta mi destino y con un suspiro, toqué timbre en el departamento que me habían indicado. Me anuncié y el portero con mucha amabilidad me abrió la puerta del edificio; mientras tanto, para mis adentros me trataba de serenar y me auto-obligaba a pensar en el mar de Brasil en verano, con la hermosa brisa de la playa y un atardecer que adormece hasta el más neurótico.
Al parecer había funcionado, ni cuenta me di que ya me encontraba en el piso al cual tenía que descender; antes siquiera de tocar el timbre del departamento, se abre la puerta con uno de los chicos detrás, Leandro, más al fondo estaba Diego. Nos saludamos como si fuésemos amigos, eso me tranquilizó bastante aunque tenía muchísima vergüenza, siempre me pasa lo mismo cuando me siento observada, evaluada por otra persona. Luego nos dirigimos hacia el living-comedor, donde me esperaban un termo y un mate ¡Vaya recibimiento! No me lo esperé en absoluto. Nos sentamos alrededor de la mesa rectangular de madera, saqué todas mis herramientas de entrevistadora, coloqué el cassette dentro del grabador y lo situé en el centro de la mesa, para que se escuchasen todas las voces. Acto siguiente, realizamos la “prueba de sonido” para asegurarme que no hubiese ningún desperfecto técnico y no encontrarme con sorpresas cuando regresara a mi hogar. Una vez que terminamos con lo protocolar de la introducción previa a la entrevista, donde me preguntaron qué clase de preguntas les iba a realizar y me advirtieron sobre el poco tiempo con el que contaban ese día debido a sus estudios, arrancamos con la sesión.
Como todo entrevistado novato, los dos estaban muy nerviosos y, al principio les costó bastante soltar las palabras, como que la boca le pedía permiso al cerebro antes de hablar, fue bastante gracioso. Primero contaron sobre cómo fue que se conocieron y decidieron empezar a juntarse a “jugar” con la música: ambos tocaban la guitarra en la Escuela Provincial de Música y comenzaron a hacerse amigos entre los recreos. De repente, un día se proponen juntarse a guitarrear un poco, y a partir de ahí, sintieron una buena química y se lanzaron a hacer presentaciones juntos. El relato continuó con el primer lugar donde tocaron, que fue para un té desfile de un club del barrio Belgrano y cómo vivieron esa experiencia; luego siguieron con el estilo de música que hacían y por qué la denominaban trova latinoamericana, que es resultante del recorrido internacional que hacen de artistas trovadores: desde Fito Páez o Jorge Drexler, hasta Pablo Milanés o Silvio Rodriguez.
Recién comenzaron a hablar con más confianza, en el momento que relataron el por qué de su nombre Bivarietal, debido a la alquimia que representa la fusión de dos estilos diferentes, me pareció muy original y bien logrado; continuaron con cómo trabajan en equipo y realmente como tal, sin que ninguno le de órdenes al otro; y por último nombraron sus proyectos a corto y largo plazo, que son sus presentaciones semanales en un bar de Pichincha (con el que los contacté) y la posibilidad de presentarse en un festival de Villarrica, Paraguay, respectivamente. La mateada y la excelente predisposición de los chicos, habían creado un ambiente muy ameno, parecía una charla entre añejos amigos, tal es así que les propongo un ping-pong de preguntas rápidas con respuestas cortas, a modo de juego, como para poder entrever cómo es la personalidad de cada uno; en el cual participaron entusiasmadamente.
La entrevista finaliza, les agradezco por el tiempo brindado a esta novata entrevistadora y me dirijo de vuelta a mi hogar, donde tenía que batallar con el reloj para transcribir la entrevista y terminar el trabajo para Redacción I. a tiempo. Y así fue que por varias horas, estuve trabajando en ello arduamente, mientras sentía que se me desintegraban los ojos de tanto estar al frente de la pc; hasta que gracias a Thor, su martillo y muchos litros de café, pude agraciadamente concluir. Tanto melodrama me hice por hacer esta interview y al final, no era tan terrible como pensaba que iba a ser.
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